Margarita Castillo: “Me quiero morir en la radio”

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Cuál fue mi sorpresa cuando vi llegar de frente a mí a una mujer de pelo blanco, piel azteca, rostro firme, pero sereno; con tenis, aunque, eso sí, portando una camiseta con el logo de la Universidad Nacional Autónoma de México. Conozcamos juntos a Margarita Castillo, voz e imagen sonora de Radio UNAM.

Luego de 37 años de trayectoria en la radio universitaria ¿Cómo percibe Margarita Castillo el estado de las radios educativas en México?

Primero diré que hay radios formativas, de divulgación, yo no llamaría a toda la radio formativa. Hay piezas de radio que podrían cambiarte toda la vida, y si un niño dice: “Mamá, escuché una cosa que hizo que mi corazón temblara…” pero la mamá contesta: “Cállate niño, no molestes”, es diferente a si la mamá contesta afable: “Dime hijo, ¿qué escuchaste? para disfrutarlo juntos….

Se puede encontrar poesía en lo más simple que hagas: un buen chile relleno es un poema, lo educativo, lo bello, está en todos lados.

Yo tengo la fortuna de haber encontrado una llave mágica. De ser una niña extraña, rara, que mi papá decía: tengo la de 10, la chica y la bonita, yo era la chica, porque nunca encontraba cómo llamarme…

¿Cuántos años de trayectoria en creación sonora llevas?

Treinta y siete años, pero la UNAM es la matriz, es mi monolito, mi piedra de toque, me enseñó a pensar, me enseñó a sentir, a disentir, a entender que yo podía ser yo y no hija de mi mamá… Soy universitaria.

A través de los radioteatros encuentro… bueno, los textos que me dan a leer me llenan de inteligencia, de lucidez, me informan…

Margarita Castrillo, de los cientos de horas de poesía, de voces que has hecho, ¿hay algún momento, algún personaje que al tenerlo enfrente hayas dicho: “¡Por eso estoy aquí!”?

Yo creo en lo que hago, ¡uno tiene que estar donde está, si no no está en ningún lado! Vivo entregada a la radio desde la primera vez que abrí la boca frente al micrófono. Lanzo mi voz como un boomerang esperando a que un día se me regrese. Y así me pasó un día con un radioescucha, del cual no me sé ni el nombre, me llama y me dice, mientras oía risas atrás: “Señorita Margarita Castillo, es que mi mujer… –y nomás se oían las risas atrás–. Es que mi mujer no me quiere creer que usted me lee a mí…”. “Pero cómo caballero, cómo que no le quiere creer… Qué bueno que me avisa que no le quiere creer, porque yo sí estoy leyendo para usted… ¿cómo se llama su mujer?”. “Pancracia”. “¡Pásemela!”. Entonces se acabó la risa. “Me apena mucho que usted no crea que yo leo para su marido, no se lo pienso bajar, de verdad… ¡pero yo si leo para su marido! Y lo único que me apena es que no se dé cuenta que yo leo para su marido pero también para usted…”.

Soy como la gente en la piñata: doy palos de ciego, no la veo, pero sigo apostando que alguien me está oyendo. Créame, todas las poesías que yo leo son para su marido.

Eso es el poder de la voz, y los audios, porque ahora ya hay audios en muchas plataformas tecnológicas, pero es el poder de la palabra lo que trae de regreso ese boomerang.

Margarita Castillo debería de tener su obra sonora en la Fonoteca Nacional.

Mi voz… sí, pero la fonoteca que a mí me interesa es la de los radioescuchas como usted, porque en una fonoteca eres como si estuvieras muy guardada, en un panteón, en cambio estando en los oídos de la gente estaré muy viva.

Así que siendo la voz de la primera emisora universitaria, soy una mujer que se siente dignísima, aunque me paguen poco, y pago mi torta y me regalan discos y con ese poquito me siento plena… Luego me dicen: “¿Se va jubilar? A mí me encantaría morirme aquí, qué dijeran: “Margarita iba al estudio 2 y se murió…” ¡Así me gustaría morir!!! ¡Tan-tan!

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