De los errores también se aprende

2

Esta historia de la vida real y llena de errores me ayudó a forjar mi carácter y a mejorar mis cualidades profesionales.

En 1980 visité por primera vez los Estados Unidos. Con un amigo recorrimos gran parte de la Costa Este en bus y en tren. Viajamos de Miami a Nueva York en un recorrido que nos tomó un par de semanas.

Ya por esa época trabajaba en La Voz del Cine de Medellín, una emisora de A.M. en la que tocábamos los éxitos del momento en Estados Unidos e Inglaterra, así que esta fue la oportunidad perfecta para escuchar de cerca esa radio que tanto admiraba.

A donde llegaba lo primero que hacía era escuchar las emisoras del mercado, y mientras me iba de paseo dejaba grabando las que más me gustaban. De esta forma, regresé a Medellín con decenas de casetes que disfruté por años. Aún conservo algunos de ellos como un verdadero tesoro.

Yo estudié Administración de Empresas primero, luego Publicidad y más adelante Mercadeo, pero la vida me llevó a trabajar en radio, y en Colombia no había dónde estudiarla, a no ser que siguiera una carrera de Comunicación Social, que no tiene nada que ver con las emisoras musicales.

Entonces decidí irme a estudiar de cerca, de primera mano, cómo era la radio de los Estados Unidos. Ya por esa época, en 1985, trabajaba en Veracruz Estéreo, teníamos la emisora número 1 de la ciudad, pero yo seguía con mi empeño de aprender a hacer las cosas mejor.

Yo no quería irme, como lo hacen muchos, a ‘aventurear’, a trabajar en un McDonald’s o a manejar taxi. No considero esos oficios indignos, pero no iba a dejar mi trabajo exitoso en la emisora para llegar de ilegal a sufrir cada día por dinero.

Comencé a pensar en lo que podía hacer para costearme el viaje y mi estadía en ese país y, luego de darle muchas vueltas al asunto, se me ocurrió una idea.

La idea

Primero, pensé en la posibilidad de hacer un programa de radio desde allá y venderlo a emisoras de Colombia que pasaran ese tipo de música. No había muchas, pero probablemente alguien podría interesarse.

Luego me dije: si a mí me ofrecieran un programa de esos, solo lo consideraría si estaba bien hecho, con verdaderas primicias e historias interesantes, y que fuera hecho en Hollywood o Nueva York. Miami no era una opción.

Más adelante pensé en cómo venderlo. Por trabajar en radio sabía que los dueños de las emisoras no son muy dados a comprar programas. Al fin y al cabo, para eso tienen sus propios talentos, y ahí fue cuando se me encendió el bombillo: ¿por qué no “regalarlo”?

Sí, “regalarlo”, así entre comillas.

Me fui a una agencia de publicidad en Medellín y les propuse la idea de hacer un programa musical de dos horas que se llamaría “El palpitar de Nueva York”.

El concepto era que un patrocinador pagara por el programa a cambio de unas menciones leídas, y entregarlo a las emisoras para que lo pasaran a la hora que quisieran y lo comercializaran a su antojo.

De esta forma, hablé con Universal Estéreo de Barranquilla, Victoria Internacional Estéreo de Cartagena, Musicando Estéreo de Pereira y, obviamente, con mi jefe en Veracruz Estéreo. A todos les encantó la idea, especialmente porque no les costaba ni un peso.

Convencer a mi jefe no fue muy difícil. De hecho, me fue mejor de lo que esperaba: me concedió una licencia remunerada por 6 meses, sabiendo que mi idea era ir a estudiar la radio con el fin de aprender nuevas técnicas y estrategias que mejorarían a Veracruz Estéreo.

Además, haría mi turno desde Nueva York. Yo grabaría la locución cada 2 o 3 canciones, y algún operador en la emisora las pasaría junto con la música, simulando estar en vivo desde los Estados Unidos.

Por esa época yo ganaba el equivalente a 1.500 dólares, y una marca de ropa me pagaría a través de la agencia otros 1.500 dólares por realizar el programa. Ya con 3.000 dólares, en 1985, podría vivir decentemente en Nueva York, no como un rico pero sí para cubrir lo básico sin sufrir.

Ahora, ¿cómo entregar esos programas a las emisoras? Recordemos que para esa época no existía internet, no había servicios de Courier, no había forma de enviar archivos en MP3…

En Medellín yo tenía un amigo, Luis Coulson. Su familia era la dueña de las aerolíneas de carga Tampa. Hablé con él, me dijo que todo lo que yo tenía que hacer era hacerle llegar los programas a sus bodegas en Miami y desde allí me las traería a Medellín sin problemas y de manera rápida.

Y me fui…

Con todo esto en mente, vendí mi carro, mis muebles y otras pertenencias, empaqué unas maletas y me fui con mi esposa y mi hija de 2 años a Nueva York.

Como buen colombiano me fui a vivir a Queens, a un sector llamado College Point. Lo primero que hice al llegar fue comprar mis equipos de grabación: un mixer, dos tornamesas, un deck doble de casetes, un micrófono y unos audífonos. Yo había llevado mi grabadora Akai de carrete abierto.

La música la conseguía en Tower Records del sur de Manhattan. La labor más entretenida era irme todos los lunes en subway, entrar a ese templo de la música, dirigirme a la sección de discos sencillos en vinilo y comprar las canciones nuevas que entraban al Hot 100 de Billboard.

Entrar a una tienda de discos era como entrar al cielo…

Es que las tiendas de discos tenían una sección especializada que consistía en un gran mueble con 100 cajones a la vista. Allí ordenaban, del 1 al 100, los éxitos de la semana. Al frente publicaban la lista de Billboard, así que uno podía escoger la canción que necesitaba.

Luego me iba a Canal Street, donde vendían muy barato los casetes TDK de cromo en los que despachaba los programas. Con todos los elementos a la mano, volvía a casa y preparaba la producción del programa.

Los fines de semana grababa diferentes programas de radio y televisión para sacar material, entrevistas y entregas de premios. También compraba o recogía revistas gratuitas de música que había en Tower Records y tenía a la mano el Village Voice, un periódico urbano que contaba todo lo que pasaba en la ciudad en cuanto a entretenimiento, cultura y espectáculos.

Los martes grababa el programa de manera artesanal. No había computadores personales. No había softwares. Todo debía hacerse en cinta magnetofónica y con discos de vinilo.

Me demoraba todo el día produciendo y grabando el programa, y los miércoles duplicaba las cintas. Enviaba 10 programas a Colombia con la esperanza de que la agencia consiguiera otras emisoras interesadas, así que tenía que duplicar 20 casetes, 2 por cada programa.

El deck duplicaba al doble de la velocidad normal, así que ese trabajo me quitaba unas 12 horas. Ya los jueves me iba al correo y enviaba dos cajas con las 20 cintas a Miami con la esperanza de que las entregaran a tiempo para su emisión.

Y empiezan los problemas

La persona encargada de recibir el programa en Miami tenía obligaciones mucho más importantes que estar pendiente de mi paquete. Muchas veces no lo enviaba o lo hacía mucho tiempo después.

Era muy difícil hacer seguimiento porque no había internet, correos electrónicos, chat ni redes sociales. La comunicación era por carta o por llamadas telefónicas.

La agencia en Medellín seguramente tenía muchos otros asuntos importantes que resolver, así que no se preocupaba mucho por el tema, y de las emisoras no me llamaban a contarme lo que pasaba porque las llamadas al extranjero, en esa época, eran muy costosas y complicadas.

Por esta razón, el programa a veces llegaba y la mayoría de las veces, no. O llegaba con mucho retraso, y las supuestas ‘novedades’ ya las habían conseguido en Colombia.

Por otro lado, el pago era muy complicado. No había transferencias bancarias, no había sucursales virtuales, ni siquiera existían los cajeros electrónicos. Todo era en efectivo o con cheques, y llevar plata desde Colombia a los Estados Unidos era un verdadero lío.

Todo esto sin contar con la demora habitual de las agencias de publicidad que, como todos sabemos, tardan meses en pagar.

Al final, tenía que esperar a que algún conocido viajara a Estados Unidos para que me entregara el dinero o lo depositara en mi cuenta. Afortunadamente contaba con dinero de mis ahorros y logré sobrevivir durante ese tiempo.

También tuve suerte de que, por ser un programa gratuito, las emisoras no me hicieron el reclamo, pero el cliente si se molestó –con toda la razón- y a los 6 meses me tocó abandonar el proyecto y regresar a Colombia.

Además mi jefe comenzó a reclamar mi presencia en la emisora, así que regresé a Medellín con una mezcla de tristeza y alegría.

¿Qué aprendí?

  1. Escuché radio día y noche. Me sentaba largas horas a copiar, uno a uno, los títulos de las canciones que pasaban las emisoras para tratar de decodificar su programación. Así aprendí el concepto de las rotaciones y la importancia de repetir los éxitos mediante un software de programación musical.
  2. Entre los programas, me volví fanático del ‘Morning Zoo’ de Z-100, el pionero de los ‘Morning Shows’. Gracias a ello llevé y adopté el concepto en Veracruz Estéreo a mi llegada, en abril de 1986. Fue el primer ‘Morning Show’ de Colombia y, probablemente, el primero de Latinoamérica.
  3. Mejoré mi estilo de locución y puesta al aire, escuchando de manera permanente a los talentos de las emisoras más importantes del mundo.
  4. Entendí el valor de la preproducción. Recoger, seleccionar y recortar material de revistas, periódicos, radio y televisión para incluir en mi programa se convirtió en una tarea indispensable para marcar la diferencia.
  5. Perfeccioné mis habilidades de productor de audio con las pocas herramientas que tenía. Descubrí algunos trucos de edición y efectos de sonido.
  6. Entendí cómo funciona el mundo real de la publicidad, algo que nunca había mirado simplemente porque estaba acostumbrado a recibir la quincena sin preocuparme por la ardua tarea de vender, tener feliz al cliente y salir a cobrar.
  7. Más tarde descubrí que el concepto de venta de programas sindicados similar al modelo que yo creé, ya existía en los Estados Unidos, y era muy exitoso. De hecho, hoy en día se sigue usando. Esto refuerza el viejo dicho de que «en la radio, ya todo está inventado«.
  8. Tal vez lo más importante: Aprendí que hay que anticipar los problemas. Hay que aprender a planear. Uno tiene que estar pendiente de todos los detalles. Algo que parecía una buena idea se enredó por no prever todas las opciones que podían salir mal. Me ganaron la emoción y una pasión irrefrenable por la radio.

Conclusión

Hoy en día me queda ese grato recuerdo y un agradecimiento inmenso por la gente que me apoyó en ese momento: Jimmy Villarreal en Universal Estéreo, Álvaro Vargas en Integración Publicidad, mi jefe Alberto Vásquez en Veracruz Estéreo, y especialmente a mi gran amigo Omar Cano, quien fue mi amigo, apoyo y confidente en Nueva York.

Fue grande el aprendizaje, especialmente por los problemas que tuve que enfrentar.

Llegué fortalecido a hacer una radio diferente, a mejorar la programación, la locución, la producción y a implantar el concepto de ‘Morning Shows’. Sé, modestia aparte, que muchos de esos logros son aplicados por las emisoras musicales de Colombia hoy en día.

Pero también aprendí que si uno no arriesga, si no se aventura, si no decide en algún momento dejarlo todo para intentar cosas nuevas, su vida será plana, sin emociones ni aprendizajes, y nunca podrá descollar.

Definitivamente, hay que cometer errores para aprender de ellos.

 

COMPARTIR

2 COMENTARIOS

  1. Excelente artículo Tito, me gustaría que un día escribieras con nombre propio los DJs que influenciaron tu carrera y porqué.

  2. Como recuerdo ese programa en particular, yo trabajaba en Musicando Estero 100.7 en Pereira y para nosotros era como de otro mundo, darnos el lujo de emitir un show desde Nueva York. Lo patrocinaba Bosi, cuyo eslogan era » Una persona Originale». Ojala pudieras compartir el audio de un programa de aquella época. Excelente nota, Tito.

Agrega un comentario

Please enter your comment!
Please enter your name here