Reggaeton: el triunfo de la calle

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Lo recuerdo perfecto: cada martes iba al mercado y en los puestos de música pirata escuchaba reggaeton a todo volumen.

De pronto ponían pedacitos de canciones populares que vendían en compilados, pero lo que más sonaba era el reggaeton. Esto debe haber sido a principios de los 2000.

Me llamaba la atención porque era algo muy diferente a lo que se escuchaba en la radio, muy ajeno a mi entorno, pero no a los puesteros, que se movían ya al ritmo de esa música de la que yo sabía que era “prohibida” por el fuerte contenido de sus letras.

Y recuerdo haber platicado con algunos ejecutivos de disqueras y preguntarles por qué no estaban editando discos de ese género, que parecía tan popular. La respuesta solía ser: “Porque el reggaeton no vende”. “¿Cómo no vende, si los tianguis están llenos de esa música?”, les replicaba. “Es que la gente que compra en esos lugares no va a gastar en un disco legal”, o “es que es música de nicho”, me respondían.

Llevo mucho tiempo ligada a la industria de la música grabada y he sido testigo varias veces de terribles errores que ha cometido. El impulso a artistas que no tienen futuro, la falta de apoyo a propuestas que lo ameritan, la distancia entre sus ejecutivos y lo que sucede afuera, la falta de ganas de arriesgar, el desconocimiento o desprecio por géneros que acaban por crecer a pesar de ella.

Sin embargo, en épocas recientes no ha habido una equivocación más grande que la falta de impulso temprano al reggaeton y la música urbana. A ellas llegaron tarde, satanizándolas y menospreciándolas. ¿Cuántas veces escuchaste que era una moda? Pues la moda pasajera se convirtió en reina. Y no en reina en la América que habla español, sino en el mundo entero. Hoy, en todas partes se baila al ritmo de “Despacito”. ¡Quién lo hubiera dicho!

Del pop ya se habla casi al oído, a menos que se le dé un arreglo dembow. Hoy, muchos buscan un dueto con alguna luminaria urbana. Hasta el regional mexicano, que no deja de ampliar sus dominios, se quita el sombrero ante estos géneros.

¿Y las disqueras? Ahí están, sacando en 2017 discos de un género que debían haber abanderado hace 2 décadas.

¿Por qué? ¿Cómo pasó esto?

Es muy sencillo. El mundo hoy le pertenece a la gente y, por lógica, la música se volvió democrática. Y ahora expresa el ritmo de la calle y canta lo que ahí sucede. Eso sucede desde los años 80 en los ghettos afroamericanos en los Estados Unidos, donde a la fecha el hip hop tiene una fuerza imparable, pero ahora también en los barrios pobres de Puerto Rico, Venezuela, Colombia, Panamá o México.

Es así que, como no sucedió en buena parte del siglo pasado, la música ha dejado de pertenecerle a unos cuantos para encumbrarse por sí misma a partir de la capacidad que tenga de hablarle a la gente o de hacerla sentir.

Y, por lo pronto, las masas dicen que lo que les gusta, aquello con lo que se identifican y los hace vibrar, es el reggaeton.

Y hasta que la calle diga otra cosa, el mundo seguirá perreando al ritmo de esa música sacada de un deshuesadero musical del que se toman y reciclan ritmos y riffs y que tanto recuerda a esos barrios pobres de donde han salido los máximos exponentes del reggaeton.

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