Frente al micrófono siempre he sido yo: Charo Fernández

0

Por alguna razón no suelo recordar bien los nombres de las personas, reconoce apenada Charo Fernández, con su característico timbre de voz que creó una legión de imitadoras en México, lo cual es muy triste, además de vergonzoso. Pero cuando hablo de música, puedo recordar perfectamente quién canta una canción, quién la produjo, cómo se llama el disco y qué trae en la portada. Esas cosas que nunca piensas que te vayan a servir de algo. Pero en el caso de Charo, originaria de la ciudad de México pero nómada en su infancia, su buena memoria para la información musical no sólo le daría trabajo, sino contribuiría a crear una forma nueva de hacer radio desde los años 80.

A principios de esa década, Charo Fernández, todavía adolescente, estaba estudiando en Inglaterra. Si para una banda de rock debió de ser un infierno intentar sacar su disco al final de la década de los sesenta —la distinguida competencia eran los Beatles, los Rolling Stones, Jimmy Hendrix y los Doors, todos en su mejor etapa—, para una adolescente creciendo en Inglaterra a la mitad de la década de los ochenta debió de haber sido un verdadero festín musical experimentar la segunda ola o New Wave. Imagínate la cantidad de grupos que tuve la oportunidad de ver, comenta Charo. Era la época post punk y estaban en ascenso grupos como Depeche Mode, The Cure, Ultravox, Tears for Fears, y también el pop de Wham y Duran Duran. Justo en medio de la década —como a la mitad del lago se encuentra la espada Excalibur— apareció el concierto de Live Aid de 1985, el Woodstock de aquella generación. Desafortunadamente no fui a Live Aid porque a mi landlady le pareció que era muy peligroso; si yo iba y me pasaba algo, ¿qué cuentas le iba a entregar a mi familia? `Es que allá hay violencia y drogados… es más, ¡hay sexo en esos conciertos! ́ me dijo, y por eso no fui.

Charo ha sido llamada una de las generadoras de la radio juvenil y una de las voces más atractivas de México y representante de una generación —bien pudiera llamarse la generación W, que casualmente vino antes de la X— por su trabajo tras el micrófono, pero al contrario de muchos de sus colegas, Fernández creció en una familia común, es decir, sin relación con el ambiente de los medios de comunicación. Su padre trabajaba en los ferrocarriles y su mamá era ama de casa, aunque después se convirtió en empresaria. Charo sí quería usar su voz desde niña, pero nunca pensó en la locución. Más peso tenían los acetatos de los Rolling Stones, Creedence Clearwater y los Monkees que su papá escuchaba y que constituyeron parte de su educación musical. La verdad es que yo quería ser cantante. Recuerdo perfectamente que agarraba los cepillos y me ponía frente al espejo a cantar, pero nunca pensé que tuviera una buena voz; yo sabía que era súper desentonada pero no me importaba, hasta un día que me cachó mi papá, y me dio tanta vergüenza que no lo volví a hacer.

Aunque nació en la ciudad de México, pasó una temporada en San Luis Potosí y sobre todo en Torreón, donde nacieron dos de sus cuatro hermanos. Por el trabajo de mi papá teníamos que viajar mucho por diferentes lugares de la República; a veces llegaba tarde a clases porque me metían a la escuela a mitad del ciclo escolar, pero eso de estar viajando también me sirvió porque conocí a mucha gente. Mi papá trabajaba en ferrocarriles y solíamos hacer largos trayectos; por ejemplo de Torreón a Ciudad Juárez; rentaba un pullman con dos camas y todos nos íbamos platicando en la travesía, mientras él nos contaba acerca de los lugares por los que íbamos pasando, y nos decía las cosas importantes que habían sucedido ahí. Fue una manera muy diferente de convivir con ellos. De él heredé el gusto por la música. Nos gustaba ir juntos a las tiendas de discos, que antes tenían unas cabinas con audífonos y una tornamesa para que escucharas los discos y decidieras cuál te ibas a llevar. Mi mamá compraba muchas revistas y me daba cuenta de que traían información de los artistas que yo escuchaba. Entonces le pedía a mi papá que me comprara más, donde yo pudiera encontrar más datos de esa gente que cantaba.

“¿Por qué llora con el mariachi?”

Pero no todo era música en inglés. Los primeros discos de Charo venían de mundos opuestos pero representativos: uno de los Rolling Stones y uno de Armando Manzanero; ahí estaba, por un lado, su gusto por la música en inglés, y por el otro, bien asentada en la cultura de su país. A mis padres les gustaban mucho los boleros, así que me empecé a involucrar en ese mundo. Escuchaba a Álvaro Carrillo, a José Alfredo Jiménez, todas esas canciones con las que crecí. Una cosa tenía esa música que me parecía muy chistoso, y es que yo veía que mi papá le llevaba mariachis a mi mamá, y cada vez que lo hacía —en su cumpleaños, en algún aniversario—, ella se ponía a llorar. Y yo pensaba `¿Por qué llora si la música debe ser motivo de felicidad? ́. Con el tiempo me aprendí de memoria todas las canciones, y a la siguiente vez que llegaba el mariachi, ahí estaba yo en primera fila para cantar.

Chavos hablando de chavos

En 1985 Charo regresó a México después de estudiar música contemporánea e inglés en la Universidad de Oxford y pasó exitosamente una prueba para integrarse al equipo de locutores de una nueva estación que se llamaría WFM.
Miguel Alemán Magnani, entonces de 19 años de edad, tenía en mente crear una FM menos rígida y tensa que las que existían entonces, y que se dedicara a la música en inglés. WFM inició transmisiones el 9 de septiembre de 1985 y fue la primera en utilizar discos compactos (CDs), que eran todavía una cosa casi futurista, además de asombrosos efectos de sonido y una narrativa distinta. Los conductores de la nueva frecuencia eran Alejandro González Iñárritu, Martín Hernández y la propia Charo, quien reconoce que, más que por su voz, pasó la prueba gracias a la enciclopedia de información que llevaba en la cabeza. Nunca pensé que tuviera una buena voz, y creo que cuando llegué a WFM no me eligieron por ella sino porque yo tenía conocimiento musical. Había acumulado mucha información sobre música a lo largo de mi vida. Y cuando regresé de Inglaterra y me hicieron la prueba, no me puse nerviosa, de entrada porque yo no tenía intención de ser locutora; tampoco me esforcé en modular la voz o en sonar sexy. Lo que hablé en realidad era de música y yo sabía mucho, y creo que eso fue lo que hizo que me quedara.

WFM creó seguidores y una especie de culto a tal grado de que todavía en la actualidad se intercambian cassettes con horas de grabaciones de aquel equipo de conductores que crearon secciones como el Cráneo, el Pavo Asesino y demás producciones donde Iñárritu experimentaba a sus anchas. Para una juventud cansada de una radio excesivamente formal y débilmente retenidos por la televisión de la época, WFM fue una revelación, un vínculo emocional con locutores a los que conocían por su voz pero no por fotografías. Éramos chavos hablando de chavos y con chavos, recuerda Charo Fernández, que entonces tenía 17 años. En ese tiempo la radio estaba muy institucionalizada y en WFM tuve la suerte de que me dejaran ser yo misma. No me pidieron que impostara la voz, que hablara de cierta manera, que adquiriera un tono profesional. Me dejaron ser yo, y eso contribuyó a que la gente se sintiera cercana, que sintiera una simbiosis, que pudiéramos platicar con ellos muy de cerca, y eso fue fundamental para que la gente me aceptara.

La conductora, una de las pocas mujeres en la radio de los 80, contribuyó acercando la música que había escuchado en el Reino Unido y compartiendo información. Antes los discos tardaban más tiempo en llegar a México. Cuando llegué, quería compartirlos con mis amigos, como cuando escuchas algo bueno y quieres que los demás lo conozcan; quería compartir todos esos grupos con mi novio, con mis hermanos, con mis amigos, y tuve la oportunidad de hacerlo a otro nivel porque llegué a una estación de radio, cosa que nunca me imaginé. Nuestro director en WFM, Miguel Alemán Magnani, tenía 19 años y eso influyó porque nos dejó salir al aire siendo nosotros mismos y aprender. Él lo único que nos pedía era que no tratáramos a la gente de manera irrespetuosa, que no dijéramos groserías, que no nos fuéramos por lo convencional. Había una estación que se llamaba Rock 101, con Luis Gerardo Salas; esa estación también tenía locutoras y estaban haciendo algo diferente; después llegamos nosotros. Pero a mediados de los ochenta los locutores sólo decían la hora, el nombre de la canción y a veces el clima, y párale de contar. Nosotros llegamos a ser nosotros mismos y se nos permitió. Miguel siempre nos decía que la gente siempre se daba cuenta cuando estabas tratando de ser sexy y no lo eras; cuando estabas tratando de ser fresa y no lo eras. Nunca lo hicimos y a la fecha no lo hago”.

Fin de la primera parte

Agrega un comentario

Please enter your comment!
Please enter your name here